Cinco semanas en globo(c.1) by Julio Verne

Cinco semanas en globo(c.1) by Julio Verne

Author:Julio Verne
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-02-26T23:00:00+00:00


CAPÍTULO XXIII

Cólera de Joe. — La muerte de un justo. — Velatorio del cadáver. — Avidez. — El entierro. — Los trozos de cuarzo. — Fascinación de Joe. — Un lastre precioso. — Localización de las montañas auríferas. — Principio de desesperación de Joe

La noche tendió sobre la tierra el más magnífico de sus mantos. El sacerdote se durmió, sumido en una postración pacífica.

—¡No volverá en sí! —dijo Joe—. ¡Pobre joven! ¡Treinta años apenas!

—¡Morirá en nuestros brazos! —dijo el doctor con desesperación —. Su respiración se debilita mas y mas, y nada puedo hacer yo para salvarle.

—¡Malvados! —exclamó Joe, que sentía de vez en cuando arrebatos de cólera—. ¡Cuando pienso que el infeliz aún ha tenido palabras para compadecerles, para excusarles y para perdonarles...!

—El Cielo le concede una hermosa noche, Joe, tal vez su última noche. Ya no sufrirá mucho; su muerte no será más que un pacífico sueño.

El moribundo pronunció algunas palabras entrecortadas y el doctor se acercó a él. La respiración del enfermo se hacía difícil; el joven pedía aire. Levantaron enteramente las cortinas, y él aspiró con deleite la ligera brisa de aquella noche clara; las estrellas le dirigían su temblorosa luz, y la luna le envolvía en el blanco sudario de sus rayos.

—¡Amigos míos —dijo con voz débil— me muero! ¡Que el Dios que recompensa les conduzca a puerto! ¡Que les pague por mí mi deuda de reconocimiento!

—No pierda la esperanza —le respondió Kennedy—. Lo que siente no es más que un abatimiento pasajero. ¡No va a morir! ¿Se puede morir en una noche de verano tan hermosa?

—¡La muerte está aquí! —respondió el misionero—. ¡Lo sé! ¡Déjenme mirarla a la cara! La muerte, principio de la eternidad, no es mas que el fin de las tribulaciones de la tierra. ¡Pónganme de rodillas, hermanos, se lo suplico!

Kennedy lo levantó. Lástima daba ver aquellos miembros sin fuerza que se doblaban bajo su propio peso.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —exclamó el apóstol moribundo—. ¡Ten piedad de mí!

Su semblante resplandeció. Lejos de la tierra cuyas alegrías no había conocido jamás, en medio de una noche que le enviaba sus más suaves claridades, en el camino del cielo hacia el cual se elevaba en una ascensión milagrosa, parecía ya revivir una nueva existencia.

Su último movimiento fue una bendición suprema a sus amigos de un día. Después cayó en brazos de Kennedy, cuyo semblante estaba inundado de lágrimas.

—¡Muerto! —exclamó el doctor, inclinándose sobre él—. ¡Muerto!

—Y los tres amigos se arrodillaron a la vez para orar en voz baja—. Mañana por la mañana —dijo después Fergusson— le daremos sepultura en esta tierra de África regada con su sangre.

Durante el resto de la noche, el doctor, Kennedy y Joe velaron sucesivamente el cadáver, y ni una sola palabra turbó su religioso silencio. Los tres derramaban abundantes lágrimas.

Al día siguiente el viento venía del sur, y el Victoria avanzaba lentamente sobre una vasta meseta montañosa, sembrada de cráteres apagados y yermas hondonadas, sin una gota de agua en sus áridas crestas. Montones de rocas, cantos rodados y margueras blanquecinas denotaban una esterilidad profunda.



Download



Copyright Disclaimer:
This site does not store any files on its server. We only index and link to content provided by other sites. Please contact the content providers to delete copyright contents if any and email us, we'll remove relevant links or contents immediately.